Diseñando el futuro

Diseñando el futuro
La crisis climática se está intensificando, con temperaturas que se espera que en este siglo suban, por lo menos, 1,5 grados Celsius por encima de los niveles de la era preindustrial. El calentamiento global está provocando una terrible destrucción, gran parte de la cual es además irreversible, y afecta al planeta, las personas y las economías. Además, estamos muy lejos de lograr los flujos de financiamiento climático, de por lo menos USD 5,4 billones anuales para 2030, necesarios para prevenir los peores efectos del calentamiento del planeta.
Merece la pena reiterar lo obvio: que la crisis no es un accidente sino resultado directo de cómo hemos diseñado nuestras economías, en particular las instituciones públicas y privadas y sus interrelaciones. Así pues, tenemos capacidad para rediseñarlas y dar prioridad al planeta y las personas, pero para hacerlo hemos de ir más allá de arreglar los mercados y del concepto vinculado de las "brechas de financiamiento"; debemos dar forma a los mercados y prestar atención no solo a la cantidad, sino también a la calidad del financiamiento. Debemos diseñar políticas que reorienten las economías, marcando un rumbo decidido, hacia la consecución de metas ambiciosas, si bien se deja abierta la cuestión de cómo alcanzarlas. No bastará con limitarse a "garantizar la igualdad de oportunidades" y transferir dinero.
Hace falta un pensamiento económico nuevo y una estrategia de política industrial moderna. Los gobiernos han de reconocer que solo merece la pena esforzarse por lograr el crecimiento económico si ese crecimiento es sostenible e inclusivo. El crecimiento se mide mediante una tasa, pero también tiene un rumbo. Para abordar la cuestión del cambio climático debemos prestar atención tanto a lo uno como a lo otro. Sin crecimiento no hay puestos de trabajo; sin un rumbo claro, los puestos de trabajo pueden contribuir al calentamiento global y explotar a los trabajadores. El papel de los gobiernos, en tanto que custodios del interés público, es orientar el rumbo del crecimiento y dar forma a los mercados para alcanzar un futuro más justo con cero emisiones netas.
¿Qué significa esto? Significa rediseñar políticas y convenios. Y también significa nuevas alianzas entre los sectores público y privado, desarrollar instrumentos e instituciones adecuados e invertir en servicios públicos.
Solo merece la pena esforzarse por lograr el crecimiento económico si ese crecimiento es sostenible e inclusivo.
En el pasado, los gobiernos que se proponían aplicar políticas industriales intentaban forjar campeones nacionales, escogiendo para ello ganadores entre los diversos sectores y tecnologías, a menudo con resultados desiguales. La estrategia industrial moderna debiera ser diferente. En vez de escoger ganadores, habría que definir misiones claras, tales como resolver la crisis climática o reforzar la preparación para pandemias, y "escoger a quienes están dispuestos" a llevarlas a cabo, y luego dar forma a las economías y los mercados de modo que esas misiones se cumplan, sin descuidar el empleo.
Todos los sectores, no solo unos pocos elegidos, deben transformarse e innovar. De manera similar a cómo la misión de la NASA a la luna en la década de 1960 se hizo extensiva no solo al sector aeroespacial sino también a la inversión en, por ejemplo, nutrición y materiales, igualmente hoy las misiones climáticas requieren la innovación de todos los sectores. Esto implica cambiar cómo que comemos, cómo nos movemos y cómo construimos. Las estrategias industriales orientadas a una misión pueden servir de catalizador para esta transformación.
Algunos líderes que han adoptado este tipo de estrategias de política industrial cometen el error de identificar el crecimiento en sí mismo con la misión. En cambio, la fortaleza del desempeño macroeconómico, medido en términos de PIB, productividad o creación de puestos de trabajo, debería entenderse más bien como el resultado de todas las misiones bien diseñadas.
Como los gobiernos, al adoptar estrategias orientadas a una misión, pueden tanto impulsar el crecimiento como encauzarlo en determinada dirección, la inversión pública inicial puede tener un efecto amplificado sobre el PIB, a través de las repercusiones indirectas y los efectos multiplicadores. De hecho, puede catalizar la innovación y "atraer" la inversión privada en múltiples sectores, lo cual reviste particular importancia en países donde las empresas invierten poco en investigación y desarrollo. Esto, a su vez, puede crear nuevas soluciones para nuestros problemas más acuciantes, como por ejemplo alcanzar cero emisiones netas. Ahora bien, estas repercusiones indirectas generadoras de crecimiento solo se materializarán si la colaboración público-privada se diseña con sensatez, para priorizar el bien común.
En la actualidad, gobiernos y empresas están fracasando por igual a la hora de realizar los cambios necesarios para luchar contra el calentamiento global. En 2022, en todo el mundo se dedicaron USD 7 billones en subvenciones a los combustibles fósiles. Más aún: se espera que las 20 empresas más grandes del mundo del sector de los combustibles fósiles inviertan USD 932.000 millones en nuevos yacimientos de petróleo y gas para finales de 2030.
A menos que los gobiernos cambien su estrategia, es evidente que muchas empresas continuarán poniendo los beneficios extraordinarios por encima de la inversión en actividades económicas productivas o la transformación de sus prácticas para alinearlas con los objetivos climáticos, y seguirán asimismo contribuyendo a que se acreciente la brecha entre los más ricos y los más pobres.
Esta difusión corresponde a la ONU, FMI, BM, BID, OEA, otros.

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