Simón Johnson 2ª parte

En su libro más reciente, Power and Progress, del que es coautor Daron Acemoglu, examina la estrecha relación que existe entre la tecnología y la prosperidad y alerta del peligro de dejar que un número demasiado reducido de innovadores controle la orientación estratégica de la tecnología.
F&D: Usted estudió el papel de las instituciones en el desarrollo económico mucho antes de que llegara la tecnología. ¿Qué papel tienen las instituciones en la evolución de los gigantes tecnológicos?
SJ: En primer lugar, para que las instituciones desempeñen algún papel hace falta que sean buenas instituciones. La tecnología está siguiendo el ritmo que le marca Estados Unidos. ¿Por qué? Porque el país ha creado muy buenas instituciones. En segundo lugar, las instituciones determinan cómo funciona la democracia y cómo deberíamos deliberar, pero últimamente la tecnología digital ha arruinado nuestra capacidad de debatir. Hablar a gritos en las redes sociales no es lo mismo que reunirnos y encontrar terreno común. En cierta medida, la tecnología digital ha empezado a debilitar las instituciones.
Si seguimos por este camino de desigualdad creciente, sobre todo una desigualdad en la que quienes tienen menos estudios sienten que los están dejando atrás, corremos un gran riesgo: el enojo profundo alimenta algunas formas de populismo, como hemos visto en muchos países. Eso no pasó en los dos primeros tercios del siglo XX, sobre todo porque los sueldos de mucha gente aumentaron y la clase media creció. La desigualdad no era la característica que definía la economía estadounidense después de la Segunda Guerra Mundial. La situación cambió en 1980.
Lo que nos preocupa es que la IA, cuya existencia es posible gracias a nuestras instituciones, esté siendo empujada en una dirección que perjudica a la democracia. Que esto cause algún tipo de problema sistémico para nuestras instituciones o que, simplemente, las lleve a ser relativamente extractivas, o incluso muy extractivas. Que unas pocas personas se lleven todo el valor, todo el ingreso, todo el poder, mientras que todos los demás retroceden en lo que se refiere a oportunidades, ingresos y lo que pueden proporcionar a su propia familia.
F&D: Y siendo tan pocos los países que están metidos de lleno, ¿le preocupa a usted que la IA acentúe las desigualdades económicas entre países?
SJ: Efectivamente. Desde el comienzo de la tecnología industrial, lo que ha ocurrido es que unos pocos lugares han marcado el paso inventando nuevas máquinas, mientras que el resto del mundo se limita a adoptarlas y utilizarlas. Un país puede apartarse de ese camino e inventar su propia tecnología. Estados Unidos lo hizo en el siglo XIX, cuando pasó de ser un país que recibía la tecnología del Reino Unido a ser el que la inventaba. Eso fue lo que pasó con los ferrocarriles o el telégrafo. Estados Unidos cambió de lugar; se puede hacer.
China también ha cambiado de lugar. En los años 80 era receptora de la tecnología occidental, pero ahora se está abriendo camino en los mercados mundiales con productos sofisticados, como aparatos electrónicos de consumo, vehículos eléctricos y, por supuesto, la propia IA. Por tanto, uno puede cambiar de lugar en la división del trabajo en el mundo, pero no ocurre con mucha frecuencia. Lo normal es recibir la tecnología y adoptarla.
Esta dinámica en la que el ganador se lo lleva todo es incluso más extrema ahora que en anteriores revoluciones tecnológicas modernas. Ahora parece que el 95% del dinero que se dedica al desarrollo de la IA se gasta en Estados Unidos, el 3% en Europa y el 2% en el resto del mundo. (Este cálculo no incluye a China porque no sabemos cuánto gasta en IA).
F&D: ¿Cómo podemos inyectar algo de democracia en nuestra evolución tecnológica para asegurarnos de que funciona en beneficio de la sociedad?
SJ: Lo importante es reconocer la situación y, después, encontrar caminos alternativos para hacer avanzar la tecnología en una dirección favorable a los trabajadores. Aumentar la productividad de quienes no tienen muchos estudios es fundamental, en Estados Unidos y en todo el mundo. La industria tecnológica mundial, los llamados gigantes tecnológicos, están viviendo momentos de poder, prestigio y acceso sin igual. Ojalá eso lleve aparejado cierto sentido de la responsabilidad, esa idea de “si lo rompes, lo pagas”. Pero tal vez también sea necesario introducir mecanismos de protección en torno a las actividades de los gigantes tecnológicos.
Hay paralelismos claros con lo que ocurrió con las finanzas a comienzos de la primera década del siglo XXI. Yo entonces era economista jefe del FMI y vi desde primera fila los momentos previos a la crisis de 2008. Se tuvo mucha deferencia con los “más listos del lugar” y pasaron cosas malas. Quiero evitar que vuelvan a pasar cosas malas. Deberíamos convencer a la gente de que hay que tener más cuidado y tener políticas y salvaguardias preparadas.
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