1968 Consecuencias El movimiento del 68 continúa siendo relevante porque exhibió el autoritarismo y defendió las prácticas democráticas. ¿Es posible determinar la contribución del movimiento hacia el sueño y la realidad democrática? Sin duda fue un punto de partida para una transición relativamente pacífica. Dicho acontecimiento fue un parteaguas en la historia de México que nos demostró la doble realidad del país: el hecho histórico y la representación simbólica que sigue sin ser desenmascarada y permanece oculta. Un México que no nos es ajeno, sino que al mismo tiempo que nos define, coexiste con lo que somos aún a pesar de nuestra incapacidad para poderlo nombrar. El 2 de octubre de 1968 nos definió como nación, porque aquella parte que permanecía oculta en nosotros se hizo transparente. Cada creación es una visión del mundo. Sergio Aguayo, en su libro De Tlatelolco a Ayotzinapa, las violencias del Estado, se propone explicar de forma lúcida lo que desencadenó el movimiento cívico-estudiantil de 1968 y cómo el régimen de Gustavo Díaz Ordaz lo sobrellevó. El diazordacismo fue un intento verdaderamente osado por llevar adelante modelos de desarrollo capitalistas combinado con los elementos de un Estado fuerte, fidelidad de las masas populares y un Estado al servicio de intereses capitalistas. Aunque el sector empresarial no actuaba en política abiertamente. Aguayo aborda el evento del 68 desde varias aristas. Cuestiona y después reflexiona. Afirma que el movimiento del 68 es fundamental para entender el dualismo del México de hoy; la apertura de espacios más democráticos y la puerta hacia la violencia. En el México de los sesenta se respiraba un aire muy distinto al de hoy. En palabras del autor, la mayor parte de la sociedad de ese tiempo veneraba al presidente, lo consideraba todopoderoso (casualmente como ahora). Los ciudadanos debían respetar a la autoridad y las élites vivían confiadas con esta manera de organización. Fulton Freeman, embajador de los Estados Unidos en México, en el 68, dirigió una encuesta la cual arrojaba que 90% de los universitarios mexicanos estaba satisfecho con el régimen. Nadie imaginaba que el status quo pudiera alterarse. Por ello se dudaba de la veracidad y trascendencia del movimiento. Los partidos políticos no existían (existían domesticados: PAN, PPS y PARM); sólo el aparato priista. Octavio Paz dice que un partido es un órgano de exploración de la conciencia popular y de sus aspiraciones y tendencias; luego afirma que el Partido Revolucionario Institucional no podía considerarse partido, sino una organización burocrática que cumplía funciones político-administrativas usando la sumisión como principal arma de dominación política. El régimen controlaba la mayoría de los medios de comunicación; el Congreso, la seguridad y el poder judicial. El país estaba regido por la dictadura de caudillos militares de la revolución. Para Lorenzo Meyer, el presidencialismo revolucionario había mantenido la esencia del sistema político. El gobierno federal había construido una máquina capaz de mediatizar, controlar, hostigar y eliminar a quien dudara, criticara o actuara por cambiar el orden establecido. La mayor parte de la población creía en el régimen porque siempre habían mantenido al país “funcionando”; esto los hacía confiar en su capacidad para sacar al país adelante. Las turbulencias del 68 no fueron nuevas. Aguayo apunta que entre noviembre de 1963 y junio de 1968 hubo al menos 53 revueltas estudiantiles en México. Las motivaciones y las demandas eran diversas. Sin embargo, todas se apuntaban hacia una misma dirección: el reclamo a la ferocidad con la que la policía del régimen se conducía. La brutalidad policiaca unía a los jóvenes. ¿Cómo hacer compatible dentro de un mismo sistema dos lógicas que se contraponen? El movimiento del 68 mostró las contradicciones de la sociedad mexicana. Cuando el movimiento llegó al gobierno, éste no entendió que se trataba de una manifestación diferente y que abriría una brecha para transformar al régimen. Las revueltas contra una policía obsoleta, el abuso de la fuerza, y un país rigurosamente controlado nos induce en una transición relativamente pacífica. Expresa Aguayo: “El hartazgo hacia la violencia unificaba ideológicamente a los que estaban dispersos”. Finalmente, el movimiento de 1968 continúa siendo un parteaguas, de un México sumiso a un México que con audacia exigió libertad de expresión, de manifestación; de una práctica política más democrática. Los jóvenes políticos que salieron de esas generaciones veían una necesidad de abrir los espacios a todas las expresiones. Aún desde el PRI era imprescindible abrirse a la participación como válvula de escape a la presión política. El mismo PRI hace cambios en sus plataformas ideológicas para oxigenarse a si mismo; crean escuelas de cuadros, instituyen la capacitación política. Se obliga a la derecha a aglutinarse y fortalecer al PAN poco a poco. La izquierda siempre dividida empieza a hacer esfuerzos de coordinación, el Partido Comunista sale de la clandestinidad; finalmente se integran en un frente con una fracción del PRI. El medio empresarial participa y empresarios de todos los sectores productivos hacen política. Ahora el voto popular compra al populismo y genera un movimiento regresivo al autoritarismo. Parece que un ciclo se cumplió y habremos de volver a luchar por las libertades y las instituciones democráticas: democracia real. Comunicar es compartir ¡¡¡Comparte!!! Ya tú sabes