A partir del siglo XVIII, la Revolución Industrial abrió las puertas a una serie de innovaciones que transformaron la sociedad. Puede que nos encontremos ahora en la fase inicial de una nueva era tecnológica —la era de la inteligencia artificial (IA) generativa— que podría desencadenar cambios de envergadura similar. Evidentemente, la historia está repleta de ejemplos de tecnologías que han dejado huella, desde la imprenta y la electricidad hasta el motor de combustión interna e Internet. A menudo, se necesitaron años, por no decir décadas, para comprender el impacto de estos avances. Lo que hace única a la Inteligencia Artificial generativa es la velocidad a la cual se está propagando en la sociedad, así como su potencial para cambiar drásticamente las economías, por no hablar de redefinir el significado de la condición humana. Por esta razón, el mundo necesita acordar un conjunto de políticas públicas que garanticen el aprovechamiento de la IA para el bien de la humanidad. Gita Gopinat Primera Subdirectora Gerente del FMI, habla sobre cómo maximizar los beneficios de la inteligencia artificial (AI por sus siglas en inglés) y gestionar sus riesgos mediante políticas innovadoras de alcance mundial A la mitad se les dio acceso a ChatGPT. ¿Cuál fue el resultado? ChatGPT reportó un aumento considerable de la productividad: el tiempo medio necesario para completar la tarea se redujo en un 40%, mientras que la calidad aumentó en un 18%. De mantenerse esta dinámica a gran escala, los beneficios podrían ser ingentes. Precisamente, estudios centrados en el sector empresarial demuestran que la IA podría elevar el crecimiento anual de la productividad de la mano de obra entre 2 y 3 puntos porcentuales, en promedio; algún estudio incluso habla de 7 puntos porcentuales. Aunque resulta complicado calibrar los efectos agregados a partir de esta clase de estudios, sí que sus conclusiones generan esperanza de que pueda revertirse el descenso del crecimiento de la productividad mundial, la cual viene desacelerándose desde hace más de una década. El impulso a la productividad permitiría aumentar las rentas y mejoraría la vida de las personas en todo el mundo. Sin embargo, dista de ser cierto que el impacto neto de la tecnología vaya a ser positivo. Por su propia naturaleza, es de esperar que la IA revolucione los mercados de trabajo. En algunos casos, podría complementar la labor de los seres humanos, incrementando incluso su productividad. En otros, vendría a reemplazar el trabajo humano, con lo que algunos puestos quedarían obsoletos. La cuestión es saber cómo se equilibrarán estas dos fuerzas. Un nuevo documento de trabajo del FMI ahonda en este tema, y concluye que los efectos podrían variar tanto entre países como dentro de un mismo país, según el tipo de mano de obra. A diferencia de otras perturbaciones tecnológicas anteriores que afectaron principalmente las ocupaciones de baja cualificación, se prevé que la IA tenga fuertes repercusiones sobre el empleo de alta cualificación. Esto quiere decir que las economías avanzadas, como Estados Unidos y el Reino Unido, con su gran proporción de profesionales y gerentes, enfrentan una mayor exposición: al menos el 60% de su empleo se concentra en ocupaciones de alta exposición. Por otra parte, también es de esperar que las ocupaciones de alta cualificación sean las más beneficiadas por las ventajas adicionales que ofrece la IA; por ejemplo, una radióloga que se sirve de la tecnología para mejorar su capacidad de análisis de imágenes médicas. Por estos motivos, los efectos generales podrían estar más polarizados en las economías avanzadas, en las que gran parte de los trabajadores se verían afectados, pero solo una pequeña parte se beneficiaría de la máxima productividad. En cambio, en mercados emergentes como India, donde la agricultura ocupa un lugar preponderante, menos del 30% del empleo está expuesto a la IA. En Brasil y Sudáfrica, el porcentaje se acerca al 40%. En estos países, puede que el riesgo inmediato que plantea la IA sea menor, pero también lo son las oportunidades de que esta impulse la productividad. Con el tiempo, la IA que genera un ahorro de mano de obra podría amenazar las economías en desarrollo más dependientes de los sectores con uso intensivo de mano de obra, sobre todo en los servicios. Sería el caso de los centros telefónicos de atención al cliente de India: las tareas que se han deslocalizado a los mercados emergentes podrían retornar a las economías avanzadas y reemplazarse mediante IA. De esta forma, la ventaja competitiva tradicional de las economías en desarrollo en el mercado mundial correría peligro, lo que podría dificultar la convergencia entre estas y las economías avanzadas. Evidentemente, la IA plantea también un cúmulo de problemas éticos. Lo extraordinario de la última ola de tecnología de IA generativa es su capacidad para condensar una ingente cantidad de conocimientos en un conjunto de mensajes convincentes. La IA no solo piensa y aprende rápido, ahora también habla como nosotros. Esto ha perturbado profundamente a estudiosos tales como Yuval Harari. Este argumenta que, gracias a su dominio del lenguaje, la IA podría entablar relaciones estrechas con las personas, utilizando una “falsa intimidad” para influir en nuestras opiniones y visiones del mundo. Eso podría desestabilizar las sociedades, e incluso socavar nuestra comprensión básica de la civilización humana, dado que nuestras normas culturales, desde la religión hasta la nación, se basan en relatos sociales aceptados. Resulta revelador que incluso los pioneros de la IA sean cautelosos ante los riesgos existenciales que plantea. Este año, más de 350 líderes del sector firmaron una declaración en la que pedían que se fijara como prioridad mundial la mitigación del riesgo de “extinción” debido a la IA. Con ello, equiparan el riesgo de la IA al de las pandemias y las guerras nucleares.