Juan Pablo Spinetto analista de Bloomberg escudriña a Panama y opina: Si hay un país que sabe lo que es ser el centro de atención geopolítica, ese es Panamá. El país centroamericano se ha convertido en un inesperado punto focal de la creciente rivalidad entre Estados Unidos y China desde que Donald Trump apuntó el año pasado contra su símbolo nacional más venerado: el canal de Panamá. La sorpresiva promesa de Trump de recuperar para Estados Unidos la emblemática vía acuática —mencionando a Panamá seis veces durante su discurso ante el Congreso en marzo— conmocionó a esta nación de 4,5 millones de habitantes, aliada de Washington desde hace mucho tiempo y centro vital del comercio mundial. Pero, tras casi siete meses de Trump 2.0, se perfila un panorama distinto: la atención de las superpotencias rivales, por incómoda que sea, podría resultar una bendición. De hecho, la imagen que surgió de mis conversaciones con más de una docena de observadores, responsables políticos y líderes empresariales de Panamá durante un reciente viaje fue clara: si Panamá sabe aprovechar el momento, tiene la oportunidad de reforzar el papel estratégico del canal, atraer nuevas inversiones extranjeras y reformar su modelo económico, cada vez más desgastado. Como me dijo Ricaurte Vásquez Morales, el carismático administrador del canal, mientras tomábamos café y empanadas en la imponente mansión que en su día fue la residencia del gobernador estadounidense de la Zona del Canal: “El campo de batalla de esta discusión geopolítica es en Panamá. Por primera vez, tenemos fichas para participar en el juego. Sentémosnos a la mesa y juguemos”. Hacer uso de esas fichas significa, en gran medida, elevar el papel del canal, que en diciembre cumplió 25 años bajo control panameño. Vásquez Morales, conocido por todos como Catín, su apodo de infancia, tiene ambiciosos planes para el histórico enlace entre los océanos Atlántico y Pacífico a través del istmo de Panamá: un embalse en el Río Indio, de US$1.500 millones, para enfrentar la escasez de agua agravada por el consumo y el cambio climático; un gasoducto a lo largo de la orilla oeste del canal para transportar líquidos energéticos, reforzando la posición de Panamá como corredor clave para las exportaciones de gas licuado de petróleo de EE.UU. a Asia; y la explotación de puertos y centros de transbordo en ambos extremos del canal. Esta visión coincide con otros grandes proyectos de infraestructura del Gobierno nacional —desde puertos hasta ferrocarriles y subastas de energía— para consolidar la posición de Panamá como centro logístico de primer nivel. Las tensiones geopolíticas han elevado el valor estratégico del país. Prueba de ello es la compra en abril, en el momento álgido de las amenazas de Trump, del ferrocarril que une los puertos de ambos extremos del canal por parte del gigante naviero danés A.P. Moller-Maersk A/S. De hecho, la guerra comercial de Trump ha sido positiva para el canal, que opera a plena capacidad mientras exportadores se apresuran a mover mercancías antes de nuevos aranceles. Solo el año pasado, el canal transfirió US$2.500 millones al Tesoro de Panamá, equivalente a 8% del presupuesto federal para 2025. Basta con observar la intensa actividad diplomática en Ciudad de Panamá, con visitas políticas de alto nivel y cabildeo discreto pero constante, para entender la atención que recibe el país. Si John le Carré viviera, hallaría aquí material para una secuela de El sastre de Panamá. Trump se equivocó, y quizá fue insensato, al afirmar que los chinos controlan el canal. Basta con visitarlo para ver que no es solo una maravilla de ingeniería, sobre todo desde que la ampliación de 2016 añadió un tercer juego de esclusas para barcos más grandes. También es una institución comercialmente exitosa y gestionada con eficiencia, guiada por un profundo sentido de responsabilidad nacional. En ese sentido, la Casa Blanca puede estar tranquila: ceder el control del canal a Panamá sigue siendo una de las decisiones más inteligentes que ha tomado EE.UU. en América Latina. La estrategia de Trump en Panamá podría ser un modelo para contrarrestar la influencia china en América Latina. Es probable que más empresas estadounidenses compitan en licitaciones y acuerdos comerciales en Panamá y en la región. Pero si Washington cree que esa mano dura funcionará igual en países como Brasil, se equivoca. Tras un inicio de año difícil, hay señales de recuperación. Se prevé que el PIB crezca 4% este año y el próximo, casi el doble que la media regional. El ministro de Economía, Felipe Chapman, tecnócrata respetado, aplica un ajuste fiscal para proteger la calificación crediticia y reducir el déficit de 7,4% del PIB en 2024 a 3,4% en 2026, reorientando el gasto a áreas de mayor impacto. Una nueva generación de líderes políticos enfocados en transparencia y anticorrupción tiene ahora el bloque más grande en la Asamblea Nacional. Y, sobre todo, Panamá tiene el canal, la columna vertebral de su futuro. Como me dijo el analista Rodrigo Noriega, la vía acuática es tanto el mayor logro del país como su mayor reto: “Debe ser el punto de partida de un nuevo modelo económico”. Los panameños podrían incluso agradecer a Trump haberles despertado, aunque fuera sin querer, a esta oportunidad histórica.