Maíz Transgénico



Maíz Transgénico

El conflicto por esta semilla inició hace ocho años, cuando el grupo Demanda Colectiva Maíz ganó un juicio de medida precautoria para que no se liberaran permisos de siembra de maíz transgénico con fines comerciales, con el argumento de que México es lugar de origen del maíz y de su diversificación, con 64 variedades.
Por su relevancia cultural, económica, gastronómica y biológica asociaciones civiles defienden que se conserve el cultivo tradicional y demandan que no se otorguen permisos para la siembra de esta semilla.
En contraparte, investigadores alertan que, de continuar bajo este esquema, el país deberá continuar importando una tercera parte del grano del extranjero.
El debate está vigente, pues hay grupos de científicos que han estudiado a los organismos genéticamente modificados (OGM) por décadas y señalan que hay una campaña de satanización alrededor de estos, pues no se ha demostrado que sean más contaminantes ni nocivos para los seres humanos.
Sergio Román Othón Serna Saldívar, profesor e investigador de la Escuela de Ingeniería y Ciencias del Tecnológico de Monterrey, Campus Monterrey, explica que los OGM o transgénicos son todos aquellos a los que se les han introducido genes intencionalmente de otras plantas o microorganismos: “Cuando se realiza una modificación genética, el 99.5% o más del genoma es idéntico al del maíz, solo se modifica una porción mínima”.
Para que se apruebe su inocuidad se hacen estudios con especies menores y mayores. De hecho, para generar una variedad mejorada de cualquier cultivo −sea transgénico o no− el proceso de investigación tarda hasta 10 años, porque se seleccionan los mejores granos, se siembran un par de veces al año, se cosechan, se llevan al laboratorio y, luego, se producen alimentos para verificar aspectos como sabor o que no produzcan reacciones alérgicas.
La técnica CRISPR-Cas9 ha permitido editar de manera más precisa los genomas y estos tiempos ya no son tan largos.
En todo caso, “cuando se libera una variedad, trae un sinnúmero de estudios que aseguran su inocuidad”, dice Sergio Román Othón Serna.
Para el maíz se usa al vector bacillus, que inserta genes que expresen algún beneficio como mayor cantidad proteica, almidones, antioxidantes, compuestos fenólicos que protegen de enfermedades cardiovasculares, vitamina A, resistencia a plagas, a sequías o a inundaciones.
“Las primeras variedades OGM del maíz se hicieron con la intención de introducir genes que le dieran resistencia a plagas, principalmente lepidópteros, mariposas y palomillas, pues mucha productividad se pierde por el ataque de larvas y orugas que se alimentan de raíces, tallos y de la mazorca en formación”, advierte.
El experto anota que es un mito que los OGM contaminen más a los ecosistemas, al suelo o al agua, porque justamente se reduce el uso de organoclorados como el DDT y organofosforados como el malathion (un plaguicida común para matar insectos).
Una parte de la investigación se enfoca en verificar que los OGM no afecten a la dinámica de poblaciones, como insectos nativos que son benéficos para los ecosistemas. El biotecnólogo señala que la variedad criolla de maíz quizá rinda 1.5 toneladas por hectárea y una variedad transgénica hasta 15 toneladas.
Reconoce en esta tecnología el riesgo de que grandes empresas, que son prácticamente monopolios, acaparen el mercado de semillas transgénicas e impongan sus precios, como ya ocurre con las variedades híbridas.
Opina que ahí es donde debería haber un mayor control por parte del Estado, que debería considerar a investigadores mexicanos que han realizado aportaciones muy importantes en el tema y que están dispuestos a ceder sus patentes.
“Creo que la Secretaría de Agricultura y Desarrollo Rural (SADER) debería configurarse como la autoridad rectora que destine fondos federales para desarrollar sus propias variedades transgénicas o mejoradas. La ruta –tal vez– no sean únicamente las variedades transgénicas, podemos desarrollar híbridos altamente competitivos, adaptados a diferentes zonas del país”, dice.
Y agrega: “necesitamos una política transexenal que no se interrumpa si hay cambios políticos para la logística de distribución de granos. Yo no sé por qué eso no ha pasado, si el maíz es el cultivo más importante para los mexicanos, pero mantenemos la productividad de hace 15 años”.
En el año 2013, el gobierno mexicano estuvo a punto de otorgar 62 permisos de siembra de maíz genéticamente modificado, solicitados por las empresas Monsanto-Bayer, Dow Agrosciences de México, PHI México y Syngenta Agro con fines comerciales, para la región norte del país.
A la par, organizaciones de la sociedad civil se opusieron a través de la campaña Sin maíz no hay país al ver que ya se habían autorizado permisos de siembra experimental y piloto. Su objetivo era frenar siguientes autorizaciones con fines comerciales.
“Mientras no se compruebe que el maíz no está sujeto a contaminación, hay que mantener dichas medidas precautorias y no sembrar semillas de OGM”, explica Mercedes López Martínez, representante de Demanda Colectiva Maíz.
Este colectivo, conformado por 22 organizaciones de productores y 53 personas entre campesinos, apicultores, activistas a favor de derechos humanos, artistas e investigadores, observa que se pondría en riesgo el legado cultural y gastronómico del grano.
La domesticación del maíz data de hace 8,000 años cuando las primeras poblaciones mesoamericanas fueron modificando el teocintle, su pariente silvestre, por medio de la agricultura, y la práctica ancestral podría desaparecer.
Mercedes López argumenta que las variedades silvestres podrían contaminarse, pues el maíz es una planta de alta polinización, el viento y los insectos transportan fácilmente el grano de polen de la espiga al estigma.

Comunicar es compartir