Degeneración De Las Redes Sociales II



El sueño del ciberespacio universal y gratuito está, en el mejor de los casos, fracturado, cooptado y colonizado por grandes corporaciones que pregonan la ilusión de un territorio gratuito, de posibilidades interminables, tan sólo para capturar audiencias pasivas e imponerles nuevas formas de consumo más voraces, inmediatas y compulsivas. Durante los últimos años hemos visto multiplicarse infranqueables muros de paga y filtros que nos impiden acercarnos de manera gratuita o por lo menos razonable a la información y la cultura.
Es obvio que producir y diseminar información tiene costos. Los que vivimos de la información y la reflexión no comemos likes. Sin embargo, el sistema de monetización que ha surgido, lejos de crear auténticas oportunidades, es un medio de control que rara vez beneficia a los autores y creadores. Sin embargo, ha logrado convencer a estos últimos de que la única manera de competir por un público es participar en una carrera salvaje por alcanzar más amigos y seguidores en las redes sociales; tratar de seducir cibernautas con la esperanza de que se conviertan en compradores de música, libros, arte o lo que sea. En la industria editorial esta práctica se ha institucionalizado hasta el punto en que muchos editores toman sus decisiones para publicar en función del número de seguidores y la actividad del autor en Twitter.
Avanzamos como zombis hacia una red donde será abolida la regla más importante de este sistema de comunicación: la neutralidad. El proveedor o el comisario decidirán lo que se puede ver y la velocidad con que se transmitan los contenidos, de manera que algunos sitios sean fácilmente accesibles y otros de acceso difícil o imposible. Hoy no es un secreto para nadie que los algoritmos de las redes sociales explotan las preferencias políticas para crear cámaras de eco del fanatismo, que empujan contenidos cada vez más radicales (explotando agravios, prejuicios, envidias y nostalgia por mundos imaginarios), así como la confrontación, en vez de fomentar el diálogo, el debate y la conciliación. Este fenómeno hace eco al hecho de que, desde la década de los años 2000, en los canales informativos de la televisión estadunidense por cable, CNN, MSNBC, Fox News y NewsMax, cualquier Como bien señala Tiziana Terranova, “la infraestructura que hoy constituye la manifestación dominante de la conectividad digital no parece ser lo que en previas décadas se llamaba internet”. En su lugar tenemos una serie de servicios privados en línea, que conocemos como plataformas. Así surgió lo que ella denomina el Complejo de Plataformas Corporativas (CPC), controlado por los gigantes tecnológicos (las principales empresas de la información conocidas como el Big Tech o los cinco gigantes, valuadas en conjunto en más de 9.3 billones de dólares): Amazon, Google / Alphabet, Apple, Facebook / Meta y Microsoft.
El desarrollo del CPC actual se caracteriza entonces por ocurrir durante un periodo de economía bélica (la Guerra contra el Terror, durante cuatro gobiernos: Bush, Obama, Trump y Biden), enmarcada por dos graves catástrofes financieras: la de los dotcoms y la recesión mayor precipitada por el colapso del mercado de los bienes raíces y la crisis de las hipotecas subprime (o de alto riesgo) en 2008. A lo largo de este tiempo hubo un crecimiento abrumador en términos de usuarios: en el año 2000 había 361 millones de cibernautas, diez años más tarde había 2 mil millones y en 2023 hay 5.16 mil millones; y lo más importante que debemos saber es que 4.76 mil millones de éstos son usuarios de redes sociales.
Si bien durante tres décadas el mundo entero aceptó utilizar los protocolos de comunicación TCP / IP (creados desde la década de los setenta), que administra el grupo ICANN (Corporación de Internet para la Asignación de Nombres y Números), situado en California, hoy debido a las tensiones políticas, en especial la invasión bélica de Rusia contra Ucrania y la polarización entre Occidente y el Kremlin, China y Rusia han revivido su propósito de deslindarse y crear sus protocolos propios, ajenos al control estadunidense y europeo. Esto les daría la oportunidad de crear una mediósfera aislada, lo cual sería un método radical de censura a la información que consideran indeseable.
Actualmente China filtra contenido con su Great Firewall (Gran cortafuegos), mientras el gobierno de Putin ha comenzado a ordenar a todos los portales estatales que se cambien a servidores locales, e incluso está creando su propio sistema de nombres de dominio. Esta decisión política resulta riesgosa, implica enormes costos y una ruptura con internet como una forma de adquirir y compartir información, así como dar la espalda a un mercado enorme. Pero es claro que es una decisión ideológica que no se debe a criterios tecnológicos. Un cisma equivalente ya existe en el mundo de la telefonía celular entre Apple y Google, que tienen servicios con fronteras, exclusiones y limitantes de interoperabilidad, en donde ambas partes quieren mantener a sus clientes cautivos. La aparición de otros protocolos de internet causará que los cibernautas queden segregados por fronteras nacionales, ideológicas, de marcas corporativas e incluso partidos políticos; así, la noción de una realidad compartida se va volviendo una utopía.
De acuerdo con el escritor y activista Cory Doctorow, las plataformas en línea pasan por el proceso que llama enshittification (enmierdación): Primero son buenas con sus usuarios, después abusan de ellos para beneficiar a sus clientes comerciales (los inevitables anunciantes) y finalmente abusan también de sus clientes para apoderarse del valor total de sus interacciones. Y después se mueren.
Las plataformas gigantes han creado un sistema de gravedad en el ciber-espacio que regula la totalidad de la mediósfera al imponernos formas de vida, interacción y consumo. Revisaremos en la siguiente entrega tres ejemplos de su modus operandi. Naief Yehya.