Degeneración De Las Redes Sociales I



Degeneración De Las Redes Sociales I
Algo está podrido con Silicon Valley, La ruta hacia una sociedad más igualitaria y democrática parecía avanzar al final del siglo XX. El ataque a las Torres Gemelas en 2001, por el contrario, inició una etapa de restricción a la libertad, los derechos humanos, bajo el ascenso de fundamentalismos, reivindicaciones autoritarias o segregacionistas, guerras de todo signo. Nuevos controles y formas de vigilancia han erosionado la posibilidad de una convivencia racional. En ese marco, internet se desplaza a una especie de capitalismo salvaje; limita su libre acceso para abrir paso a cotos privados, servicios de paga —o, en apariencia, gratuitos—que obtienen ganancias fabulosas al tiempo que cancelan la promesa de un espacio de comunicación abierta y colectiva.
Naief Yehya, hace una amplia reseña de la situación del mundo de medios electrónicos y aqui reproducimos las partes medulares.
La historia de los medios digitales de comunicación arranca con un interés científico y militar, da un giro hacia su uso abierto, por un breve periodo se vuelve un espacio de libertad y posibilidades, pero luego de algunos tropiezos se transforma en un territorio de vigilancia, consumo fragmentado y amurallado. La ilusión de un ciberespacio de información, diálogo y conocimiento para todos se ha diluido ante el dominio de una colección de tecnoemiratos mercantiles y corporaciones piratas, cultos de personalidad, linchamientos públicos, acosadores feroces y leyes caprichosas. A finales del siglo XX, un mundo digital feliz pudo ser posible, sin embargo, la corriente derivó hacia un Un mundo feliz huxleyano, de segregación y gratificación instantánea en línea. Comencemos por un principio este breve repaso de la digitalización de las conciencias.
El ingeniero británico Tim Berners Lee imaginó durante los años ochenta un sistema de comunicación basado en el concepto del hiperlink o hipervínculo, y en 1990 creó el algoritmo de una interfaz visual de fácil empleo que llamó World Wide Web (WWW), el cual sería un medio accesible y dinámico para utilizar / recorrer internet con un browser o navegador. No era difícil sucumbir al optimismo y la euforia que presentaba la posibilidad de unir al mundo en un espacio de conocimiento, información y libertad abierto a todos los usuarios. “La información quiere ser libre”, era el lema ciberpunk de la era y los primeros años de la WWW estuvieron marcados por el caos y la serendipia.
Buscar algo requería de buena suerte y paciencia, lo cual no era propicio para el mundo de los negocios. La ambición de empresas como CompuServe y Prodigy se manifestó al tratar de cercar territorios digitales, a fin de ofrecer portales de paga para controlar al usuario con la promesa de facilidad de uso y seguridad. Se trataba de ofrecer un entorno para informarse, hacer compras y relacionarse con otras personas en un solo lugar. Estas arquitecturas no lograron ser suficientemente atractivas y eventualmente se disolvieron en la geografía amorfa del ciberespacio.
Esa idea fue reciclada y mejorada por las redes sociales. Servicios como Instant Messenger de America on Line (1997) fueron sentando los cimientos de lo que sería el uso cotidiano de la red: la interacción, la monetización y el fraccionamiento de este territorio salvaje. La fiebre del oro digital afectó a muchos financieros que dispusieron fortunas para patrocinar ideas descabelladas con la esperanza de plantar su bandera en internet y explotar un mercado planetario que se abría.
Fue la primera recesión de internet y mientras algunos pensaban que representaría la muerte de la colonización capitalista de ese espacio, en los hechos detonó un proceso mucho más agresivo de desarrollo e innovación que derivó en la Web2.0 y en el dominio de las redes sociales, las cuales dependían de la explotación del trabajo gratuito de producción de contenido por parte de los usuarios.
La cultura digital de la década de los noventa estaba todavía marcada por un espíritu transgresor y de ruptura, heredado de los clubes de aficionados y hobbystas que ensamblaban sus propias computadoras en las cocheras de sus casas. Los héroes de esta fase eran gente como Steve Jobs y Bill Gates, quienes abandonaron la universidad y no sólo crearon empresas multimillonarias, sino que definieron estilos de vida y trabajo que siguen vigentes. Surgió así una nueva cultura empresarial caracterizada por la juventud, el culto al código computacional, al atrevimiento de los innovadores y a la generosidad intrínseca que supuestamente caracterizaría a las empresas de este sector naciente.
Era una reacción contra la cultura corporativa representada por IBM y otras empresas con rígidas estructuras hegemónicas que dominaban el mercado. El nuevo orden abrió este sector tecnológico al público en general y dio lugar a exigencias laborales sin precedente. Unos cuantos eran parte de la empresa y otros eran mano de obra desechable, como se demostró en los brutales recortes de 2022 y 2023.
En los últimos años hemos visto multiplicarse infranqueables muros de paga y filtros que nos impiden acercarnos de manera gratuita o por lo menos razonable a la información y la cultura, Así llegamos a un tiempo en el que las redes sociales gratuitas que se mantienen y son impulsadas por anuncios definen la experiencia de la mayor parte de los usuarios de la red. La conveniencia de un sistema sin costo tiene su contraparte en el hecho de que el verdadero producto que venden estas empresas es la información personal del usuario. Mediante esos datos se crea publicidad enfocada personalmente a nuestros gustos y necesidades. Así, mientras veíamos fotos de gatitos, posteábamos imágenes de nuestra cena y discutíamos con ferocidad desde la superioridad moral que nos otorgaban las debilidades ajenas, Facebook se volvía una empresa aún más rica que Walmart, Ford, Tesla y JP Morgan Chase