La IA ya se utiliza para complementar opiniones tradicionalmente emitidas por humanos. Por ejemplo, el sector de servicios financieros ha actuado con rapidez para adaptar esta tecnología a una amplia gama de aplicaciones, y la utiliza como ayuda para llevar a cabo evaluaciones de riesgos y seguros de crédito, así como para recomendar inversiones. No obstante, como ya avisa otro documento reciente del FMI, esto también presenta algunos riesgos. Como es sabido, la mentalidad de rebaño del sector financiero puede generar riesgos para la estabilidad, y un sistema financiero que dependa de solo unos pocos modelos de IA equivaldría a recetar esteroides a esta mentalidad de rebaño. Además, la falta de transparencia de esta tecnología, extremadamente compleja, dificultará el análisis de decisiones cuando las cosas salgan mal. También preocupa la privacidad de los datos, ya que las empresas, sin saberlo, podrían pasar información confidencial al dominio público. Además, ante las graves dudas que plantea el sesgo implícito de la IA, dejar la concesión de préstamos en manos de los bots podría exacerbar la desigualdad. Huelga decir que, sin una vigilancia adecuada, las herramientas de IA podrían de hecho incrementar los riesgos para el sector financiero y minar la estabilidad financiera. Dado el carácter transfronterizo de la IA, se requiere urgentemente una estrategia mundial –políticas públicas- coordinada para poder desarrollarla de forma que se aprovechen al máximo las enormes oportunidades que brinda esta tecnología y, al mismo tiempo, se reduzcan a un mínimo los obvios perjuicios para la sociedad. En este sentido, se necesitarán políticas inteligentes y sólidas —que logren un equilibrio entre la innovación y la regulación— para ayudar a garantizar que la IA se utiliza para el beneficio general. La legislación propuesta por la UE, que clasifica la IA según niveles de riesgo, constituye un avance alentador. Sin embargo, no hay sintonía a escala mundial. El enfoque de la UE en materia de IA es distinto del de Estados Unidos, que a su vez difiere del enfoque del Reino Unido y el de China. Si cada país —o bloque de países— adopta sus propios enfoques normativos o estándares tecnológicos en materia de IA, la difusión de las ventajas de la tecnología se vería frenada y, además, se avivaría la peligrosa rivalidad entre países. Lo último que queremos es que la IA profundice la fragmentación en un mundo ya de por sí dividido. Afortunadamente, se aprecian avances. A través del Proceso de Hiroshima sobre IA del Grupo de los Siete, la orden ejecutiva para regular la IA de Estados Unidos y la Cumbre sobre la Seguridad de la IA del Reino Unido, los países han demostrado su compromiso con una actuación mundial coordinada en este ámbito, que incluye el desarrollo y, en caso necesario, la adopción de normas internacionales. La llegada de la IA demuestra que la cooperación multilateral es más importante que nunca. Pese a sus limitaciones, el Acuerdo de París estableció un marco compartido para luchar contra el cambio climático, algo que también podríamos aplicar a la IA. Igualmente, el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático —dedicado al seguimiento e intercambio de conocimientos sobre cómo abordar el cambio climático— podría servir de modelo para la creación de un grupo similar dedicado a la IA, como ya se ha sugerido. También es positivo el llamamiento de la ONU a crear un órgano asesor en materia de IA en el marco del Pacto Digital Mundial, ya que sería un paso más en la dirección correcta. Ante la amenaza de una pérdida generalizada de puestos de trabajo, también es fundamental que los gobiernos desarrollen redes de protección social ágiles, y que refuercen las políticas del mercado de trabajo para ayudar a los trabajadores a permanecer activos. También deben evaluarse cuidadosamente las políticas fiscales a fin de velar por que los sistemas tributarios no favorezcan la sustitución indiscriminada de mano de obra. Además, será esencial realizar los ajustes necesarios en el sistema educativo. Tenemos que preparar a la próxima generación de trabajadores para manejar estas nuevas tecnologías y ofrecer a los empleados actuales oportunidades de formación continua. Probablemente, la demanda de especialistas en ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas (CTIM) crecerá. Sin embargo, también puede aumentar el valor de una educación en humanidades, que enseñe a los estudiantes a pensar sobre los grandes interrogantes a los que se enfrenta la humanidad y a hacerlo recurriendo a diversas disciplinas. Más allá de estos ajustes, debemos situar el sistema educativo en primera línea del desarrollo de la IA. Hasta 2014, la mayoría de los modelos de aprendizaje automático procedían del mundo académico, pero la industria ha tomado el relevo: en 2022, el sector produjo 32 importantes modelos de aprendizaje automático, mientras que el mundo académico elaboró solo tres. Debido a la singular capacidad de esta tecnología para imitar el pensamiento humano, necesitaremos desarrollar un conjunto singular de normas y políticas para asegurarnos de que beneficia a la sociedad. Y esas normas deberán tener un alcance mundial. La llegada de la IA demuestra que la cooperación multilateral es más importante que nunca. Es un reto que nos insta a salir de nuestras propias cámaras de eco y considerar el interés general de la humanidad. Puede que sea también uno de los retos más difíciles que jamás haya enfrentado la política pública. Si efectivamente nos encontramos al borde de una era tecnológica transformadora comparable a la Revolución Industrial, debemos aprender de las lecciones del pasado. No basta con progresar porque sí: mano en mano, debemos asegurar el progreso responsable hacia una vida mejor para todos. Comunicar es compartir ¡¡¡Comparte!!! Ya tú sabes