Degeneración De Las Redes Sociales IV



Degeneración De Las Redes Sociales IV.

La llegada de los chatbots de inteligencia artificial ha causado pánico en los cinco gigantes: consideran que de no tomar las riendas del momento (es decir, comprar toda innovación que los amenace) sucumbirán como los dinosaurios que son. Microsoft pagó diez mil millones de dólares a OpenAI para incorporar su ChatGPT en ese fracaso patético que nadie utiliza a menos de que lo obliguen: Bing. Sin una evaluación racional, Google decidió hacer lo mismo al incorporar a su buscador el chatbot Bard. Así apuestan a que, en vez de buenos resultados en sus búsquedas (como sucedía antes de que las pervirtieran para enriquecerse más), la gente quiere una IA que especule tratando de adivinar, falsifique información y falle al tratar de responder preguntas de las que no entiende una palabra.

Los chatbots son herramientas muy útiles y pueden resultar una ayuda extraordinaria en muchos campos. El problema es que no solucionarán el desastre en que se han convertido los motores de búsqueda que, cada día más inservibles, usan cualquier pretexto para promover contenidos privilegiados, tanto en YouTube y Amazon como en Pinterest. TikTok evidencia de manera notable cómo en poco tiempo un servicio muy eficiente para adivinar lo que querían ver los usuarios optó por mostrarles lo que la empresa quería que vieran.

Shoshana Zuboff definió apropiadamente la economía de las redes como el “capitalismo de vigilancia”, debido al continuo espionaje en línea, gubernamental y, en especial, corporativo. Sin embargo, es importante complementar esa definición señalando que se trata de una economía de la atención, en la que capturar miradas por el mayor tiempo posible es la manera en que las plataformas pagan a sus anunciantes. Terranova apunta que, si bien la información es prácticamente inagotable, “la atención es antes que nada un recurso escaso” y esa escasez “hace que los axiomas de la economía de mercado puedan ser aplicados a la economía de la red”.

En abril de 2021, Apple se vio obligada a lanzar un sistema que específicamente pregunta al usuario si quiere permitir que su información sea rastreada. Esto significó un cambio monumental en una industria que depende de ofrecer servicios que se suponen gratuitos a cambio de explotar la información personal. Para Meta fue el equivalente a una amenaza de muerte. No olvidemos que la empresa de Zuckerberg se enriqueció de manera inverosímil por “poner anuncios”. Se estima que Apple perdió en 2022 alrededor de 10 mil millones de dólares por esa decisión.

Por su parte, Meta buscará la forma de seguir “ofreciendo beneficios para los usuarios y comercios con anuncios personalizados en las plataformas de Meta”. Sin embargo, la Unión Europea le impuso recientemente una serie de restricciones y multas por su uso indiscriminado y sin consentimiento de la información personal, a fin de venderla a sus anunciantes. No es ésta la primera acción contra las incontables violaciones a la privacidad que se cometen cada día. De hecho, esta comisión ha impuesto numerosas multas a otras empresas, pero en esta ocasión se ataca en específico el espíritu y eje del “capitalismo de vigilancia”.

Hasta ahora, el usuario de Facebook, Instagram o prácticamente cualquier plataforma acepta de hecho la publicidad personalizada cuando se suscribe al servicio, como indican los términos de éste (que nunca nadie lee). Pero el reglamento general de protección de datos, aprobado en 2018, señala que es ilegal vincular términos de servicio con anuncios dirigidos.

Internet, tal como lo conocemos y como lo soñamos, es decir, un bien común accesible a todos, un recurso público compartido y democrático, se encuentra moribundo. En sus horas de agonía somos testigos de un sórdido espectáculo: criptomonedas que cada día parecen más dinero de mentiras, oligarcas digitales fatuos e inteligencias artificiales insertadas en todos los dominios del quehacer, que podrán borrar sectores laborales por completo. La ilusión de un futuro computarizado se acerca a un feudalismo sin mano de obra, una ecología masturbatoria y nihilista, un sistema cerrado, opaco y voraz, instruido por algoritmos despóticos y ambiciosos que recuerdan la hipótesis de imaginar una inteligencia artificial programada para realizar una tarea en apariencia irrelevante, como fabricar clips sujetapapeles y, al hacerlo con tal determinación y eficiencia obsesiva, terminara destruyendo el mundo al utilizar todas las moléculas existentes para fabricar clips. Naief Yehya.

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