Pearl Harbor



Pearl Harbor

Las relaciones entre Estados Unidos y Japón durante los primeros años de la Segunda Guerra Mundial se habían limitado a la denuncia e imposición de sanciones económicas de Washington a Tokio por sus acciones militares en Asia. Si bien el imperialismo japonés había comenzado décadas antes, con la toma de control de la península de Corea, el actual Taiwán, parte de China y varias islas del Pacífico, se intensificó durante una guerra en la que Japón pasó a formar parte del Eje Alianza con la Alemania Nazi e Italia; en 1940. El expansionismo japonés respondía a su objetivo de competir con los imperios europeos, marcado por la restauración Meiji de finales del siglo anterior, una época de cambios políticos y económicos que reforzaron el nacionalismo nipón. Así como la necesidad de recursos naturales, principalmente petróleo.

Por su parte, Estados Unidos se mantenía alejado de la confrontación armada, con una política exterior de aislacionismo y no intervencionismo que había adoptado tras la Primera Guerra Mundial. Además de sus llamadas de atención a Japón; tan solo apoyaba al bando Aliado mandando bienes a Reino Unido. Pero todo cambió cuando Japón, en respuesta al embargo de recursos estratégicos por la invasión de Manchuria (China Nororiental) de 1937 y para afianzar su posición en el Pacífico, lanzó su ataque contra la base naval estadounidense de Pearl Harbor. Además, consideraban los Japoneses que asestarían un golpe cuasi mortal a la armada Norteamericana.

El plan de Japón, la operación Sur, era lanzar una serie de ataques consecutivos a las flotas occidentales para afianzar su control en el Pacífico, y su primer objetivo fue Pearl Harbor, en la isla de Hawái.

Así, el 7 de diciembre de 1941, 353 aviones japoneses, desde bombarderos hasta cazas, atacaron la base estadounidense, sorprendiendo al ejército desplegado en ella, que apenas pudo reaccionar con un contraataque de su fuerza aérea. Los japoneses planeaban mandar una declaración de guerra formal, para evitar violar el artículo 1 de la Convención de la Haya de 1907, pero esta no llegó a tiempo.

Hubo una combinación de factores como, comunicaciones defectuosas con Hawai y teniendo ya un estado de alerta la base del Pacífico no estaban con la guardia adecuada, barcos anclados recibieron torpedos o bombas sin soltar un tiro de defensa.

Los ataques comenzaron a las ocho de la mañana y, dos horas después, las bombas japonesas habían destruido casi toda la flota estadounidense del Pacífico: alrededor de veinte barcos de combate y auxiliares y 300 aviones. Aun así, los daños pudieron ser mucho mayores, ya que no consiguieron destruir las reservas de petróleo, las tiendas de reparación ni los submarinos. El ataque se saldó con más de 2.000 estadounidenses fallecidos, 68 de ellos civiles. Casi la mitad de ellos eran militares que se encontraban en el buque USS Arizona, que explotó y se hundió con ellos atrapados dentro. Los japoneses, por su parte, perdieron 129 soldados.

El entonces presidente de Estados Unidos, Franklin D. Roosevelt, calificó el ataque de infame, y al día siguiente el Congreso aprobó declararle la guerra a Japón.

Siguiendo su pacto de 1940, Alemania e Italia (El Eje) respondieron declarando la guerra a Estados Unidos. Washington abandonaba así su aislacionismo para entrar de lleno en la Segunda Guerra Mundial tanto en Europa como en el Pacífico, un movimiento que sería determinante para el final del conflicto. Después de Pearl Harbor, Japón continuó su ofensiva, atacando bases británicas y estadounidenses como las de Filipinas, Guam o Hong Kong.

Durante gran parte de 1942, Japón mantuvo la superioridad militar en el Pacífico, haciéndose con el control de Manila, capital de las Filipinas, Singapur, las Indias Orientales Neerlandesas y Rangún, en Birmania (hoy Myanmar). No obstante, Estados Unidos logró reconstruir su flota y merece una mención específica la transformación de la industria estadounidense en industria de guerra, produciendo barcos, aviones e innovando tecnológicamente en equipo táctico y de capacidad de fuego; y pudo plantar cara a los nipones.

Las batallas del mar del Coral y de Midway inclinaron la balanza a favor de los Aliados, ya que mermaron las capacidades navales de Japón. A partir de entonces, los japoneses fueron perdiendo islas y enclaves estratégicos en batallas como las de Guadalcanal, Saipán, Iwo Jima u Okinawa. No sin dar una pelea terrible que costaba muchas bajas de ambos lados.

Pese a la rendición de Alemania en mayo de 1945, y sus nulas posibilidades de victoria, Japón siguió resistiendo, hasta que Estados Unidos lanzó en agosto dos bombas atómicas contra las ciudades de Hiroshima y Nagasaki. Ambos ataques, por los que murieron entre 100.000 y 200.000 personas, mostraron al mundo la letalidad de este nuevo armamento. Con la destrucción de Nagasaki, Japón se rindió y con ello terminó la Segunda Guerra Mundial.

Japón estuvo los años siguientes bajo la vigilancia de los Aliados, liderados por Estados Unidos, que se encargaron de monitorear su democratización y desmilitarización. En 1946, a través del artículo 9 de su nueva Constitución, Japón renunció “para siempre” a la guerra.

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